A la mañana, la rutina de siempre: insultar a pasajeros, pasar semáforos en rojo y pelearse con taxistas. Luego, mientras sus compañeros almorzaban, él se dedicaba a cosas más profundas. A viajar. Detenía el colectivo frente a la casona con la puerta naranja y entraba. Previo abono de una considerable suma, se recostaba en una sala oscura y le traían una pipa de metal. Nada de emborracharse, ni consumir marihuana, eso era para la gilada. Lo suyo era el opio, aunque era un gusto caro. Luego de fumar, partía en su dragón de metal y el mundo era perfecto.
#noviembredecuento
No hay comentarios:
Publicar un comentario