Los motociclistas llegaron al lugar. Ninguno hablaba, solo se escuchaba el ruido de los motores. A una señal del más viejo, comenzaron a destrozar el bar. Sillas, vasos, botellas, mesas. Todo quedaba reducido a pedazos en cuestión de segundos. Los individuos con cadenas y chalecos de jean estrellaban indistintamente las cosas contra el suelo y las paredes. El dueño del lugar observó atónito la escena hasta que tres individuos lo sacaron del trance y lo golpearon con saña. Así iba a aprender. Nadie echaba a uno de ellos. La casa ya no se reserva el derecho de admisión.
#noviembredecuento
Foto: LIFE Magazine
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