miércoles, 4 de octubre de 2017

INFERNI por Fede Marongiu


El cuerpo se arquea levantando la pelvis hasta que parece que va a partirse por la mitad. Un rugido se eleva de esa garganta lacerada. Un sonido que parece imposible que provenga de las cuerdas vocales de un ser humano. Es algo profundo, gutural, más digno de un tigre o un león. O de una de esas bestias que suelen verse en películas de tiburones o dinosaurios, en las cuales se sabe que los sonidos emergentes de sus fauces son producto de manipulaciones realizadas en estudios de grabación. Hasta da la impresión de que un viento poderoso, casi huracanado, se diría, emergiera de su boca completamente abierta.

El cuerpo se relaja y vuelve a la posición de sentado en la que estaba unos minutos antes. Se sienta y los mira con ojos hundidos pero a la vez llameantes, con odio. Mueve los labios sin emitir sonido alguno, como si estuviera hablando para sus adentros. Como si dijera algo que sabe que aquellos que lo están mirando no pueden comprender. Una letanía que solo él conoce.

Ellos sienten miedo. La incertidumbre acerca del final es lo que los llena de un terror ciego. ¿Cómo irá a terminar eso? Ninguno de los tres tiene experiencia con un fenómeno tan violento. Han visto y actuado en casos similares, en especial Sommer que ya tiene varios exorcismos en su haber, pero ninguno con tanta exteriorización de insultos, de palabras profanas. 

Nuevamente el cuerpo se arquea y ejerce una fuerza descomunal sobre las cuerdas que lo mantienen atado de pies y manos a la silla. Esta se eleva unos centímetros y cae con estruendo. Pequeñas astillas y algo de polvo se elevan desde el suelo. Una de las patas de la silla se quiebra y el hombre atado cae al suelo de costado. Pese al golpe, no les quita los ojos de encima. Inyectados en sangre, con su iris de un color traslúcido, sin parpadeos. Se ríe y escupe sangre. Las ligaduras se han aflojado y sin esfuerzo se las saca. Los tres hombres retroceden aterrorizados. Con un leve atisbo de valor, Sommer se acerca e intenta apoyar la cruz que tiene en su mano sobre la frente del hombre sangrante. Con un empellón la cruz sale disparada contra una pared, mientras Sommer cae hacia el lado opuesto. Sus dos compañeros tratan de agarrar al hombre, uno de cada brazo, pero nada pueden hacer ante una fuerza evidentemente sobrehumana.

Exorcizo te, immundíssime spíritus, omnis incúrsio adversárii, omne phantasma, omnis légio, in nómine Dómini nostri Jesu Christi eradicáre, et effugáre ab hoc plásmate Dei.

Logran arrojarlo sobre una mesa. Uno de los hombres aferra los brazos del endemoniado con una cuerda, la pasa alrededor de las patas del mueble y hace un nudo triple. El otro hombre le sujeta las piernas. Pese a ello, el poseído se sacude como afectado por una crisis epiléptica, pero una furia sobrehumana deforma su rostro. La temperatura del lugar desciende abruptamente. Las gotas de humedad que hasta el momento se deslizan por las paredes, se convierten en escarcha, adornando el lugar con siniestros manchones blancos. Sommer continúa con su letanía:

Ipse tibi ímperat, qui te de supérnis cæaelórum in inferióra terræ demérgi præcépit. Ipse tibi ímperat, qui mari, ventis et tempestátibus imperávit. Audi ergo, et time, sátana, inimice fidei, hostis géneris humáni, mortis addúctor, vitæ raptor, justítiæ declinátor, malórum radix, fomes vitiórum, sedúctor hóminum, próditur géntium, incitátor invídiæ, origo avaritiæ, causa discórdiæ, excitátor dolórum: quid stas, et resistis, cum scias, Christum Dóminum vias tuas pérdere?

Sommer toma un pequeño frasco, hasta ese momento oculto entre sus ropas oscuras. Lo destapa y arroja el contenido sobre el endemoniado que ante cada gesto del hombre se retuerce y emite alaridos ensordecedores. Su fuerza parece sobrehumana, las ataduras apenas parecen poder contenerlo. La mesa cruje ante la presión que ejerce con sus brazos el poseído. Gira su cabeza con el cabello lleno de transpiración y sangre y mira a los hombres con sus ojos que muestra extraños iris de color rojo.

Illum métue, qui in Isaac immolátus est, in Joseph venúndatus, in agno occísus, in hómine crucifixus, deinde inférni triumphátor fuit. Sequentes crucis fiat in fronte obsessi. Recéde ergo in nómine Patris, et Fílii , et Spíritus  Sancti:

Las cuerdas ceden ante la fuerza de esos miembros que parecen casi descoyuntarse. El cuerpo poseído se incorpora sobre la mesa. Sus gritos retumban contra las paredes de ese sótano enmohecido por los siglos. Palabras en distintos idiomas, algunos de ellos ya largamente olvidados, surgen de la boca ensangrentada del hombre. Teufel, Lucifer, Abaddon, Adramelech, Shedu. También brotan insultos hacia todos los que están en el lugar, contra la humanidad, contra todos los dioses habidos y por haber. Imposible pensar que todos esos fenómenos pueden simplemente venir de un hombre al cual se le había diagnosticado una enfermedad mental. Hasta hace unos días cuando se volvió incontrolable. Entonces los familiares habían llamado a Sommer. Era el único conocido que tenía experiencia en casos similares.

da locum Spirítui Sancto, per hoc signum sanctæ  Crucis Jesu Christi Dómini nostri: Qui cum Patre et eódem Spíritu Sancto vivit et regnat Deus, per ómnia sæcula sæculórum.

Un aullido casi lupino emerge directamente del tórax del hombre, pasando por sus cuerdas vocales. Los cuadros con figuras religiosas que cuelgan de las paredes comienzan a vibrar y finalmente caen al suelo. Sommer se acerca y apoya su mano en la frente del poseído. La fuerza que ejerce sobre ese cuerpo es descomunal. Continúa rezando pero en voz más baja, casi ininteligible. Un sonido estridente desgarra los tímpanos de todos. El dolor que produce es insoportable. Se tapan los oídos pero ni aún así pueden detener esa sensación de miles de agujas penetrando en cada uno de sus cerebros. Caen de rodillas mientras el cuerpo poseído se eleva, dejando de tocar el suelo, levitando. Los gritos de Sommer son tapados por el rugido de un torbellino que levanta tierra y desechos y los arroja por todo el lugar. Es el final.

El cuerpo se relaja y reposa sobre la mesa. El silencio más absoluto. El tiempo parece paralizarse. El cuerpo está inmóvil. Ni el mínimo movimiento del aire ingresando a los pulmones. Nada. Sommer está boca arriba, caído. Está vivo. Los dos corren hacia él temiendo lo peor. Algo los detiene. Algo en ese hombre ya no es igual. Algo ha cambiado en forma ostensible. Sus ojos, tal vez.


El cuerpo de Sommer se arquea levantando la pelvis hasta que parece que va a partirse por la mitad. Un rugido se eleva de su garganta lacerada…


Copyright Federico Marongiu, 2017

jueves, 10 de agosto de 2017

SALIENDO DEL INFIERNO

El tren sale a las catorce horas de la estación. Con puntualidad alemana. La mujer está en el andén, como todos los días, unos cinco minutos antes del horario estipulado. Ve llegar la formación cuando esta toma la última curva a unos doscientos metros. Piensa en el tren como en un insecto. El gigantesco gusano de metal se acerca inexorablemente llevando en sus vísceras de hierro, plástico y demás materiales, las vidas de todos los que a diario son deglutidos por esta bestia que es una alegoría de todo lo rutinario. Su velocidad va disminuyendo a medida que se acerca.

La mujer da unos pasos adelante para poder estar lo más cerca posible de la puerta de uno de los vagones. Sabe que debe prepararse para subir rápidamente, para poder sentarse. Si no lo logra, la espera un largo trayecto de pie. Y en ese día caluroso... Cruza su mirada con el hombre que se encuentra a su derecha. Este le hace un gesto con la cabeza, un simple y cortés saludo. Esboza algo parecido a una sonrisa. Unos metros más allá, otro sujeto la observa con nerviosismo, gira su cabeza de un lado a otro mientras sostiene dos valijas de esas grandes, con ruedas. El hombre mira su reloj, balbucea algo inaudible para sus adentros. La mujer escucha un grito. No alcanza a discernir qué es lo que dice. 

La explosión la arroja al suelo con violencia. Alcanza a ver una nube de humo negro y unas llamaradas antes que la sangre le pegotee los ojos. Se toca la cabeza y se queda con algunos mechones de cabello en la mano. El hombre que se encontraba hasta ese momento a su lado, yace ahora unos metros más allá, boca abajo. No se mueve. Tampoco lo hace la anciana con bastón que estaba a su izquierda y que ahora parece más encorvada que antes con la mitad superior de su cuerpo doblada sobre el respaldo de uno de los asientos más cercanos. Se pregunta si la mujer está viva, aunque por la posición del cuerpo calcula que es imposible que lo esté. Más bien parece un muñeco de trapo al que un animal ha destrozado a mordiscos. No puede ver demasiado más. Siente un fuerte calor en su rostro y deduce que debe haber fuego cerca.

Siente unas manos que agarran su torso y se siente tironeada hacia atrás. Alguien la arrastra y sus piernas, rígidas, inútiles se deslizan sobre la sangre del suelo. En el frenesí de la huida nota que avanza (o retrocede, por la forma en la que es transportada) a través de un mar de cuerpos caídos. El humo la asfixia y tose en medio de un dolor insoportable. Se pregunta si tendrá costillas rotas. Ve pasar bomberos, policías, gente de traje, hombres y mujeres con uniformes ferroviarios. Todos corren hacia el andén, hacia el infierno. El infierno del que ella cree estar saliendo. Otras manos la levantan, con cuidado pero con decisión. La depositan sobre una camilla que ya ha sido utilizada. Lo sabe porque alcanza a ver una sábana con rastros de sangre. A toda velocidad la empujan hacia el exterior de la estación. El sol la ciega y le hace doler la cabeza, como si le estuvieran clavando algo. La suben a un vehículo. Pese a la sangre, las quemaduras y el dolor, suspira y sus músculos se relajan. Está viva.

viernes, 3 de febrero de 2017

CARNAVALES DE CUENTO 1: HOMBRE SIN ROSTRO

Cuando finalmente estuvo a solas en el callejón con el hombre de la capucha quiso conocer su identidad. Él solo le permitió tocar su rostro. Ella había visto su perfil extraño durante los fuegos artificiales de esa noche de carnaval. Luego había sentido su respiración agitada mientras estaban abrazados entre la multitud. Sus dedos se deslizaron en las sombras. Cicatrices, protuberancias, una sensación viscosa. Comprendió entonces su error. El hombre con el que había bailado durante toda la noche no tenía ninguna máscara puesta.

viernes, 9 de diciembre de 2016

FESTEJANDO NAVIDAD (MI NAVIDAD DE CUENTO 2)

Despertó en la bañera, con el agua hasta el cuello. No recordaba nada de la noche anterior, excepto que había festejado la Navidad con amigos. Alcohol, drogas, prostitutas y póker. De a poco imágenes volvían a su mente, como hormigas abriéndose camino a través del cerebro. Veía claramente como una de las chicas se le acercaba y le hablaba al oído, luego consumían cocaína juntos. Ella, vestida de Papa Noel le hacía un strip tease. Él, totalmente descontrolado, mezclaba vodka con éxtasis. Una última imagen, sus manos apretando el cuello de la mujer y la cara de horror de ésta.

#minavidaddecuento


miércoles, 7 de diciembre de 2016

FAMILIA (MI NAVIDAD DE CUENTO 1)

Estaba harto de su esposa, de su suegra y de sus hijos. Las dos mujeres nunca lo habían respetado y los chicos, a medida que crecían, le discutían y no tomaban en serio su autoridad. El odio hacia ellos aumentaba a medida que se acercaba fin de año, época de balance de malos momentos vividos en familia. Cargó el arma que usaba para cazar. En la noche, los disparos se confunden con la pirotecnia del barrio que celebra la Navidad. En el suelo de la casa, los cuerpos sin vida. En la televisión, a todo volumen, un hermoso villancico.

#minavidaddecuento


miércoles, 30 de noviembre de 2016

MUERTOS (NOVIEMBRE DE CUENTO 30)

La mujer abrió los ojos por primera vez en el día. “Estamos muertos”, dijo. Su marido que dormía al lado trató de calmarla. “Yo estoy muerta. Vos estás muerto. Los nenes están muertos”. Volvió a dormirse. Al mediodía se levantó y fue a la mesa donde almorzaba el resto de la familia. “Hoy no voy a comer porque mi estómago está muerto”. No probó bocado. Al día siguiente no quiso caminar, decía que sus piernas habían muerto. La llevaron al hospital más cercano. Le dijeron las tres palabras fatales: Síndrome de Cotard.

#noviembredecuento