Todos los días seguía una rutina: entraba en los negocios, pedía por el dueño, les decía que estaba allí “para cobrar la cuota”, le traían un sobre o una bolsa con dinero y se iba. A veces los comerciantes se resistían y él les aplicaba un correctivo, generalmente unos golpes, a veces algún corte. Ese día todos los locales estaban cerrados, nadie le atendía la puerta. Pateó, golpeó, gritó, amenazó para que le abrieran. Finalmente una puerta se abrió e ingresó. Avanzó unos pasos impetuosamente y se vio rodeado. Nunca más se supo de él.
#noviembredecuento
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