domingo, 15 de mayo de 2016

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V

Volvió a su casa consternada por la agresión que había sufrido en el hospital. Se sintió desahuciada y al cruzar la puerta del entrada la soledad cayó sobre ella como la más oscura de las noches de invierno. Ni un ruido de los que acostumbraba sentir al ingresar cada día en su hogar. Ni las voces proviniendo de una radio o una televisión, ni el agua corriendo en alguno de los baños o en la cocina, ni siquiera los pasos de alguien que se acercara a recibirla.
En el dormitorio todavía estaba el traje de su marido extendido sobre la cama, con arrugas de esas que aparecen luego de varios días de permanecer en la oficina en una misma posición hora tras hora. Se acercó y lo acarició suavemente. Se recostó y posó su rostro en la zona cercana a la solapa, donde le gustaba apoyarse cuando él volvía del trabajo. Decidió levantarse e intentar hacer cosas en la casa para no pensar constantemente en la gravedad del estado de su marido ni en la forma poco diplomática en que había sido expulsada del hospital.
En el baño aún quedaban rastros de lo sucedido. Algo de sangre en el borde de la bañera, toallas y toallones en el suelo, parte de la ropa de su marido. Intentó dejar todo lo más ordenado que pudo.

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