jueves, 12 de mayo de 2016

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II

La mujer corrió con desesperación hasta el teléfono. En su mente lo único que podía ver era a su marido caído en la bañera. Le temblaban las manos y el teléfono se le escapó de las manos en dos oportunidades. Finalmente logró marcar el número de emergencias. Le pareció una eternidad hasta que escuchó la voz de otra persona del otro lado de la línea. Intentó tranquilizarse para que pudieran entender el pedido de auxilio. Le costó hilar las frases e incluso entender las preguntas que le hacían.
Cuando le consultaron acerca del estado de su marido dudó si decir que estaba herido o muerto. Notó que no se había fijado si el hombre seguía con vida o no. La desesperación la había invadido y le había impedido realizar los actos racionales más básicos.
La ambulancia tardó casi media hora en llegar a la casa. El hombre caído en la ducha respiraba débilmente y eso alivió por un instante a la mujer, aunque la sangre que manaba de su sien izquierda no daba lugar a dudas de que debían apurarse para llevarlo a un lugar donde pudieran asistirlo en forma urgente.
Los camilleros pudieron transportar al hombre hasta la ambulancia con gran esfuerzo ya que se encontraba rígido y casi no mostraba signos vitales. La mujer pudo convencerlos de llevarlo al hospital, ya que en el primer momento los paramédicos dudaron debido al aspecto deplorable del baño que daba la impresión de ser el lugar donde se había desarrollado una escena violenta, tal vez el intento de asesinar al hombre herido.
La ambulancia era un vehículo viejo y con varias decenas de miles de kilómetros encima, su interior tenía lugar para la camilla y algunos aparatos pero no era nada demasiado sofisticado. Ella quiso subir con su marido y debió amontonarse junto con los camilleros. Pudo sentir el olor a transpiración del que tenía más próximo. Era un hombre morocho, de unos treinta y cinco años, se lo notaba desaseado, quizás por las incontables horas de guardia que había tenido en los últimos días. Tampoco la suspensión del vehículo resultó la ideal ya que las vibraciones debidas al mal estado del pavimento fueron una constante durante el viaje. En varias oportunidades la mujer debió aferrar la camilla donde yacía su marido para evitar el desplazamiento de ésta.
El hospital al que llegaron no mostraba un panorama más promisorio. Sus paredes estaban descascaradas y se notaba la mugre de semanas sin limpieza.


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