El cuerpo se arquea levantando la
pelvis hasta que parece que va a partirse por la mitad. Un rugido se eleva de
esa garganta lacerada. Un sonido que parece imposible que provenga de las
cuerdas vocales de un ser humano. Es algo profundo, gutural, más digno de un
tigre o un león. O de una de esas bestias que suelen verse en películas de
tiburones o dinosaurios, en las cuales se sabe que los sonidos emergentes de
sus fauces son producto de manipulaciones realizadas en estudios de grabación.
Hasta da la impresión de que un viento poderoso, casi huracanado, se diría,
emergiera de su boca completamente abierta.
El cuerpo se relaja y vuelve a la
posición de sentado en la que estaba unos minutos antes. Se sienta y los mira
con ojos hundidos pero a la vez llameantes, con odio. Mueve los labios sin
emitir sonido alguno, como si estuviera hablando para sus adentros. Como si
dijera algo que sabe que aquellos que lo están mirando no pueden comprender.
Una letanía que solo él conoce.
Ellos sienten miedo. La
incertidumbre acerca del final es lo que los llena de un terror ciego. ¿Cómo
irá a terminar eso? Ninguno de los tres tiene experiencia con un fenómeno tan
violento. Han visto y actuado en casos similares, en especial Sommer que ya
tiene varios exorcismos en su haber, pero ninguno con tanta exteriorización de
insultos, de palabras profanas.
Nuevamente el cuerpo se arquea y
ejerce una fuerza descomunal sobre las cuerdas que lo mantienen atado de pies y
manos a la silla. Esta se eleva unos centímetros y cae con estruendo. Pequeñas
astillas y algo de polvo se elevan desde el suelo. Una de las patas de la silla
se quiebra y el hombre atado cae al suelo de costado. Pese al golpe, no les
quita los ojos de encima. Inyectados en sangre, con su iris de un color
traslúcido, sin parpadeos. Se ríe y escupe sangre. Las ligaduras se han
aflojado y sin esfuerzo se las saca. Los tres hombres retroceden aterrorizados.
Con un leve atisbo de valor, Sommer se acerca e intenta apoyar la cruz que
tiene en su mano sobre la frente del hombre sangrante. Con un empellón la cruz
sale disparada contra una pared, mientras Sommer cae hacia el lado opuesto. Sus
dos compañeros tratan de agarrar al hombre, uno de cada brazo, pero nada pueden
hacer ante una fuerza evidentemente sobrehumana.
Exorcizo te, immundíssime spíritus, omnis incúrsio adversárii, omne
phantasma, omnis légio, in nómine Dómini nostri Jesu Christi eradicáre, et
effugáre ab hoc plásmate Dei.
Logran arrojarlo sobre una mesa.
Uno de los hombres aferra los brazos del endemoniado con una cuerda, la pasa
alrededor de las patas del mueble y hace un nudo triple. El otro hombre le
sujeta las piernas. Pese a ello, el poseído se sacude como afectado por una
crisis epiléptica, pero una furia sobrehumana deforma su rostro. La temperatura
del lugar desciende abruptamente. Las gotas de humedad que hasta el momento se
deslizan por las paredes, se convierten en escarcha, adornando el lugar con
siniestros manchones blancos. Sommer continúa con su letanía:
Ipse tibi ímperat, qui te de supérnis cæaelórum in inferióra terræ
demérgi præcépit. Ipse tibi ímperat, qui mari, ventis et tempestátibus
imperávit. Audi ergo, et time, sátana, inimice fidei, hostis géneris humáni,
mortis addúctor, vitæ raptor, justítiæ declinátor, malórum radix, fomes
vitiórum, sedúctor hóminum, próditur géntium, incitátor invídiæ, origo
avaritiæ, causa discórdiæ, excitátor dolórum: quid stas, et resistis, cum
scias, Christum Dóminum vias tuas pérdere?
Sommer toma un pequeño frasco,
hasta ese momento oculto entre sus ropas oscuras. Lo destapa y arroja el
contenido sobre el endemoniado que ante cada gesto del hombre se retuerce y
emite alaridos ensordecedores. Su fuerza parece sobrehumana, las ataduras
apenas parecen poder contenerlo. La mesa cruje ante la presión que ejerce con
sus brazos el poseído. Gira su cabeza con el cabello lleno de transpiración y
sangre y mira a los hombres con sus ojos que muestra extraños iris de color
rojo.
Illum métue, qui in Isaac immolátus est, in Joseph venúndatus, in agno
occísus, in hómine crucifixus, deinde inférni triumphátor fuit. Sequentes
crucis fiat in fronte obsessi. Recéde ergo in nómine Patris, et Fílii , et
Spíritus Sancti:
Las cuerdas ceden ante la fuerza
de esos miembros que parecen casi descoyuntarse. El cuerpo poseído se incorpora
sobre la mesa. Sus gritos retumban contra las paredes de ese sótano enmohecido
por los siglos. Palabras en distintos idiomas, algunos de ellos ya largamente
olvidados, surgen de la boca ensangrentada del hombre. Teufel, Lucifer,
Abaddon, Adramelech, Shedu. También brotan insultos hacia todos los que están
en el lugar, contra la humanidad, contra todos los dioses habidos y por haber.
Imposible pensar que todos esos fenómenos pueden simplemente venir de un hombre
al cual se le había diagnosticado una enfermedad mental. Hasta hace unos días
cuando se volvió incontrolable. Entonces los familiares habían llamado a
Sommer. Era el único conocido que tenía experiencia en casos similares.
da locum Spirítui Sancto, per hoc signum sanctæ Crucis Jesu Christi Dómini nostri: Qui cum
Patre et eódem Spíritu Sancto vivit et regnat Deus, per ómnia sæcula sæculórum.
Un aullido casi lupino emerge
directamente del tórax del hombre, pasando por sus cuerdas vocales. Los cuadros
con figuras religiosas que cuelgan de las paredes comienzan a vibrar y
finalmente caen al suelo. Sommer se acerca y apoya su mano en la frente del
poseído. La fuerza que ejerce sobre ese cuerpo es descomunal. Continúa rezando
pero en voz más baja, casi ininteligible. Un sonido estridente desgarra los
tímpanos de todos. El dolor que produce es insoportable. Se tapan los oídos
pero ni aún así pueden detener esa sensación de miles de agujas penetrando en
cada uno de sus cerebros. Caen de rodillas mientras el cuerpo poseído se eleva,
dejando de tocar el suelo, levitando. Los gritos de Sommer son tapados por el
rugido de un torbellino que levanta tierra y desechos y los arroja por todo el
lugar. Es el final.
El cuerpo se relaja y reposa
sobre la mesa. El silencio más absoluto. El tiempo parece paralizarse. El
cuerpo está inmóvil. Ni el mínimo movimiento del aire ingresando a los
pulmones. Nada. Sommer está boca arriba, caído. Está vivo. Los dos corren hacia
él temiendo lo peor. Algo los detiene. Algo en ese hombre ya no es igual. Algo
ha cambiado en forma ostensible. Sus ojos, tal vez.
El cuerpo de Sommer se arquea
levantando la pelvis hasta que parece que va a partirse por la mitad. Un rugido
se eleva de su garganta lacerada…
Copyright Federico Marongiu, 2017